jueves, 15 de mayo de 2008

El Molinillo


En la casa de Pedrito había tres reliquias que el ansiaba poseer algun día: Una caja de botones de todos los colores, una caja de fotografías y un molinillo de café. Pedrito creía que los objetos estaban poseídos por los espiritus que los usaron. Así lo entendía después de todos los cuentos que su abuela le había transmitido, la mayoria a escondidas de sus padres. y tam bién así se cumplía la tradición familiar. Pedrito cada cierto tiempo, con mucho sigilo, cogía, como si de un ritual se tratase, la caja de botones y los derramaba sobre la mesa de su habitación. Sabía cuales pertenecían a sus bisabuelos, y a los antepasados de estos. Había dos que pertenecieron a n combatiente mambí. Uno de ellos desgastado y con una mella. Recordaba las historias que su abuela le había contado de casi todos aquellos botones. Pedrito hablaba a los botones. Y sentía la presencia de quienes los poseyeron. Con las fotografías era algo parecido. La caja contenía fotografías de la familia, excepto una cuantas, de amigos de la familia. Había una fotofrafía de una niña cubana, la hija de un amigo de su abuelo. Pero no parecía cubana. Pedrito se preguntaba su origen. No había fotografías de sus padres, a los que no conocía, ni de sus abuelos. Sólo esa. la niña ya sería una mujer. Una vez preguntó por ella y su abuela le dijo que ya no vivía en Cuba. Lo dijo en tono muy bajo, como si ausentarse de su país hubiese molestado a sus allegados. La abuela, con sus gestos, y medios silencios, era una confidente para Pedrito. Su cómplice. El molinillo de café no lo cogía. Lo respetaba demasiado.

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